Paola Angélica Sosa Salazar
Plaza de las Tres Culturas en la Unidad Tlatelolco |
Mi nombre es Paola Angélica,
actualmente soy la divulgadora del patrimonio cultural de la Zona Arqueológica
de Tlatelolco. He trabajado para el I.N.A.H. desde 1993, en donde he ejercido
cargos muy diversos, sin embargo trabajar en este sitio ha sido un parte-aguas
en mi vida personal y profesional; en cierta forma porque Tlatelolco es un
lugar con una historia sin par y en otra, porque es parte muy importante de mi
historia personal.
Llegué a vivir Tlatelolco en 1975
recién cumplidos los 3 años de edad. Lo que recuerdo de esos tiempos sigue
siendo muy nítido, pues todo lo que iba descubriendo me encantaba: juegos para
niños cada 50 metros, (mi área favorita de juegos quedaba justamente detrás de
mi casa: un enorme castillo de tubos de colores); una tienda departamental
gigante (la CONASUPO) que siempre tenía feria de juegos en su estacionamiento;
el enorme tianguis de los miércoles, la siempre limpia y perfumada iglesia de
Santiago Apóstol, las jardineras floridas, los vecinos amables, las calles
limpias y sin coches, los árboles de higos y duraznos que se podían comer sin
restricción; mi casa en el piso 20 de la torre más bonita y mejor ubicada de
Tlatelolco, la casa de mi abuela (el reino de todo-esta- permitido) en otro
edificio pequeño de la unidad y la hermosa Plaza de las Tres Culturas donde
cada domingo presentaban espectáculos musicales o teatrales para toda la familia.
A esa edad precisamente, tuve mi
primer experiencia “mística”, digamos. Era el domingo 27 de julio de 1975. La
Plaza de las Tres Culturas era una fiesta de revoltijos luminosos y olorosos.
Entre el humo de innumerables incensarios de copal, se percibían puestos de
comida y artesanías y a esta
nube blanca, se unía el humo gris
de la pólvora quemada de los cuetes recién lanzados.
Era la tradicional celebración de
Santiago Apóstol. Mis padres y abuela nos llevaban a mi hermano y a mí a
presenciar este gran festejo. Yo estaba extasiada con lo que mis sentidos
percibían: olores, colores, formas tan diversos y armoniosos…
De repente me di cuenta que todo
lo antes descrito fue cubierto por un imponente y gigante retumbar de decenas
de tambores sonando simultáneamente, con ritmos diferentes: diversos grupos de
concheros colmaban la plaza de plumas de colores y cascabeles. Al llegar a la
lateral del atrio de la Iglesia mi embriaguez sensorial llegó al límite, así
que me solté de la mano de mi abuela y corrí a meterme entre los cascabeles de
los danzantes y, sin pensar, me puse a danzar con ellos, sintiendo cómo esta
danza me transportaba a otro mundo, lleno de fuerza y poder. Verdaderamente lo
recuerdo aún como una de las experiencias más sublimes de mi vida. Por supuesto
y afortunadamente, los concheros me permitieron danzar un rato. Aún recuerdo las caras sonrientes de
los danzantes, mi abuela y los vecinos que chuleaban a “la bolita bailadora”
que entonces era yo.
Una década después, en 1985, el
terremoto nos sorprendió viviendo en la Colonia Juárez. Nuestro departamento en
Tlatelolco desapareció, mi escuela cerró un buen tiempo y muchos, muchos
conocidos, murieron o lo perdieron todo.
El Tlatelolco que hasta entonces
conocía, se convirtió -pese a todos los pronósticos de la época- en el refugio
fiel donde nuestra vida se intentaría reconstruir. Pero la reconstrucción tardó
en llegar, literal y metafóricamente.
El sismo de 1985 no fue tan
fuerte como el terremoto social que provocó a gran escala y del cual aún se
perciben sus efectos al primer vistazo para quien antes del 19 de septiembre lo
conoció: sufrió una trasformación a gran escala; los vecinos originales
abandonaron sus propiedades o prácticamente las regalaron al gobierno. Entonces
los edificios fueron ocupándose por coyunturas sociales favorables o de plano
por asalto en algunos casos, de personas que venían de Tepito, la Guerrero y
San Simón. Esta circunstancia, aunada a
la Ley de Condominios de 1983 que desligaba al gobierno del mantenimiento de
las unidades habitacionales, conformó un rostro muy diferente y por momentos
muy deteriorado de Tlatelolco.
Fue en esa segunda etapa como
Tlatelolca que en 1988 conocí y me involucré para siempre en el movimiento tan
fuerte como contradictorio y basto llamado “Mexicanidad”. Entre otras cosas me
llevó a aprender náhuatl, me volvió permanentemente una curiosa investigadora
de los múltiples temas relacionados con la Historia de México. También me dio
la oportunidad de ser una verdadera danzante, ser una de aquellos que me habían
fascinado de pequeña, y aun ahora… sigo danzando en la Plaza de las Tres
Culturas…
En 1993, un policía de la Zona
Arqueológica me convenció de aplicar un examen para entrar a trabajar al
I.N.A.H y hoy en día, estoy cumpliendo 15 años de aprendizaje
institucional. He sido Custodio de salas
del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec, auxiliar y luego
Técnica en reproducciones prehispánicas y coloniales en cerámica, en los
talleres de Culhuacán; representante nacional de profesionalización, escalafón
y capacitación de la organización sindical nacional y divulgadora del
patrimonio cultural desde el 2004, aquí en Tlatelolco.
Aunque la formación que me ha
dado la vida es muy rica y me ha permitido conocer innumerables culturas,
lugares e historias de muy distintas características no he conocido lugar más
interesante que mí querido barrio de Tlatelolco, ni lugar que se le parezca ya
que, como ningún otro, reúne testimonios fundamentales de nuestra historia de
todos los tiempos.
A partir del año 2004 en que yo decidí
convertirme en Divulgadora Cultural en este barrio. Comencé, no muy
conscientemente, una aventura que parece
no tener final.
Tlatelolco me ha hecho comprender
“el por qué” de la psicología del mexicano de todos los tiempos; me ha dado
pruebas fehacientes del grado de la corrupción del sistema gubernamental, me ha
hecho comprender concienzudamente cómo se ha ido conformando y borrando el
sentido de identidad… me ha hecho testigo y ha revelado secretos que trastocan lo
convencionalmente enseñado sobre muchos capítulos de la Historia de México
-desde lo que se sabe popularmente de los mexicas, hasta las verdaderas
consecuencias de la Independencia de México-, de la pérdida gradual de la
autonomía indígena… Me ha enseñado rostros nunca antes imaginados de mis antes
héroes y antihéroes de estampita, desde el otro Cortés, Cuauhtémoc o Juárez
hasta López Mateos.
Tlatelolco me ha dado conciencia,
leyendas, misticismo, identidad, y sobre todo un compromiso ante la
Historia. Puedo decir que “Tlatelolco es
el Gran Maestro”.
¡Yo los invito con gusto a
descubrirlo, y si gustan, permítanme ser su guía, estoy para servirles!
No hay comentarios:
Publicar un comentario