miércoles, 3 de diciembre de 2014

Voces de Tlatelolco, mi barrio: un señorío donde se vive nuestra historia

Paola Angélica Sosa Salazar

Plaza de las Tres Culturas en la Unidad Tlatelolco
Mi nombre es Paola Angélica, actualmente soy la divulgadora del patrimonio cultural de la Zona Arqueológica de Tlatelolco. He trabajado para el I.N.A.H. desde 1993, en donde he ejercido cargos muy diversos, sin embargo trabajar en este sitio ha sido un parte-aguas en mi vida personal y profesional; en cierta forma porque Tlatelolco es un lugar con una historia sin par y en otra, porque es parte muy importante de mi historia personal.

Llegué a vivir Tlatelolco en 1975 recién cumplidos los 3 años de edad. Lo que recuerdo de esos tiempos sigue siendo muy nítido, pues todo lo que iba descubriendo me encantaba: juegos para niños cada 50 metros, (mi área favorita de juegos quedaba justamente detrás de mi casa: un enorme castillo de tubos de colores); una tienda departamental gigante (la CONASUPO) que siempre tenía feria de juegos en su estacionamiento; el enorme tianguis de los miércoles, la siempre limpia y perfumada iglesia de Santiago Apóstol, las jardineras floridas, los vecinos amables, las calles limpias y sin coches, los árboles de higos y duraznos que se podían comer sin restricción; mi casa en el piso 20 de la torre más bonita y mejor ubicada de Tlatelolco, la casa de mi abuela (el reino de todo-esta- permitido) en otro edificio pequeño de la unidad y la hermosa Plaza de las Tres Culturas donde cada domingo presentaban espectáculos musicales o teatrales para toda la  familia. 

A esa edad precisamente, tuve mi primer experiencia “mística”, digamos. Era el domingo 27 de julio de 1975. La Plaza de las Tres Culturas era una fiesta de revoltijos luminosos y olorosos. Entre el humo de innumerables incensarios de copal, se percibían puestos de comida y artesanías y a esta


nube blanca, se unía el humo gris de la pólvora quemada de los cuetes recién lanzados.

Era la tradicional celebración de Santiago Apóstol. Mis padres y abuela nos llevaban a mi hermano y a mí a presenciar este gran festejo. Yo estaba extasiada con lo que mis sentidos percibían: olores, colores, formas tan diversos y armoniosos…

De repente me di cuenta que todo lo antes descrito fue cubierto por un imponente y gigante retumbar de decenas de tambores sonando simultáneamente, con ritmos diferentes: diversos grupos de concheros colmaban la plaza de plumas de colores y cascabeles. Al llegar a la lateral del atrio de la Iglesia mi embriaguez sensorial llegó al límite, así que me solté de la mano de mi abuela y corrí a meterme entre los cascabeles de los danzantes y, sin pensar, me puse a danzar con ellos, sintiendo cómo esta danza me transportaba a otro mundo, lleno de fuerza y poder. Verdaderamente lo recuerdo aún como una de las experiencias más sublimes de mi vida. Por supuesto y afortunadamente, los concheros me permitieron danzar un rato. Aún recuerdo las caras sonrientes de los danzantes, mi abuela y  los  vecinos que chuleaban a “la bolita bailadora” que entonces era yo.

Una década después, en 1985, el terremoto nos sorprendió viviendo en la Colonia Juárez. Nuestro departamento en Tlatelolco desapareció, mi escuela cerró un buen tiempo y muchos, muchos conocidos, murieron o lo perdieron todo.

El Tlatelolco que hasta entonces conocía, se convirtió -pese a todos los pronósticos de la época- en el refugio fiel donde nuestra vida se intentaría reconstruir. Pero la reconstrucción tardó en llegar, literal y metafóricamente.

El sismo de 1985 no fue tan fuerte como el terremoto social que provocó a gran escala y del cual aún se perciben sus efectos al primer vistazo para quien antes del 19 de septiembre lo conoció: sufrió una trasformación a gran escala; los vecinos originales abandonaron sus propiedades o prácticamente las regalaron al gobierno. Entonces los edificios fueron ocupándose por coyunturas sociales favorables o de plano por asalto en algunos casos, de personas que venían de Tepito, la Guerrero y San Simón. Esta circunstancia, aunada  a la Ley de Condominios de 1983 que desligaba al gobierno del mantenimiento de las unidades habitacionales, conformó un rostro muy diferente y por momentos muy deteriorado de Tlatelolco.

Fue en esa segunda etapa como Tlatelolca que en 1988 conocí y me involucré para siempre en el movimiento tan fuerte como contradictorio y basto llamado “Mexicanidad”. Entre otras cosas me llevó a aprender náhuatl, me volvió permanentemente una curiosa investigadora de los múltiples temas relacionados con la Historia de México. También me dio la oportunidad de ser una verdadera danzante, ser una de aquellos que me habían fascinado de pequeña, y aun ahora… sigo danzando en la Plaza de las Tres Culturas…

En 1993, un policía de la Zona Arqueológica me convenció de aplicar un examen para entrar a trabajar al I.N.A.H y hoy en día, estoy cumpliendo 15 años de aprendizaje institucional.  He sido Custodio de salas del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec, auxiliar y luego Técnica en reproducciones prehispánicas y coloniales en cerámica, en los talleres de Culhuacán; representante nacional de profesionalización, escalafón y capacitación de la organización sindical nacional y divulgadora del patrimonio cultural desde el 2004, aquí en Tlatelolco.
Aunque la formación que me ha dado la vida es muy rica y me ha permitido conocer innumerables culturas, lugares e historias de muy distintas características no he conocido lugar más interesante que mí querido barrio de Tlatelolco, ni lugar que se le parezca ya que, como ningún otro, reúne testimonios fundamentales de nuestra historia de todos los tiempos.

A partir del año 2004 en que yo decidí convertirme en Divulgadora Cultural en este barrio. Comencé, no muy conscientemente,  una aventura que parece no tener final.

Tlatelolco me ha hecho comprender “el por qué” de la psicología del mexicano de todos los tiempos; me ha dado pruebas fehacientes del grado de la corrupción del sistema gubernamental, me ha hecho comprender concienzudamente cómo se ha ido conformando y borrando el sentido de identidad… me ha hecho testigo y ha revelado secretos que trastocan lo convencionalmente enseñado sobre muchos capítulos de la Historia de México -desde lo que se sabe popularmente de los mexicas, hasta las verdaderas consecuencias de la Independencia de México-, de la pérdida gradual de la autonomía indígena… Me ha enseñado rostros nunca antes imaginados de mis antes héroes y antihéroes de estampita, desde el otro Cortés, Cuauhtémoc o Juárez hasta López Mateos.

Tlatelolco me ha dado conciencia, leyendas, misticismo, identidad, y sobre todo un compromiso ante la Historia.  Puedo decir que “Tlatelolco es el Gran Maestro”.

¡Yo los invito con gusto a descubrirlo, y si gustan, permítanme ser su guía, estoy para servirles! 

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