Por: Karla Reyes Camacho.
Del lado izquierdo Edificio Miguel Hidalgo y del derecho Vicente Riva Palacio en el Eje Guerrero |
Pocas son las
historias que sin duda dejan huella profunda en la vida, sobre todo las que me
ha tocado presenciar en mi pasar por Tlatelolco. Aún recuerdo la primera ves,
que escuche menciona esa palabra, yo tenía 8 años, cuando en mi casa, me
prohibieron ver la televisión tras el sismo de 1985, pues no podía enterarme de
tan cruel realidad tan crudamente, de todas esas vidas que en aquel espacio se
habían perdido.
Cuando crecí y
entre a estudiar la licenciatura en la
UNAM , irremediablemente tenía que caminar por los andadores
de aquel espacio para tomar la micro que noche tras noche me llevaría a mi
casa, por lo que diariamente estaba en punto de las 11:00 p.m. compartiendo vivencias
con un amigo, el cual me comentaba lo que sucedía en aquel entonces, desde su
punto de vista como vecino: “ Tlatelolco ha cambiado mucho, se ha vuelto muy
inseguro, lleno de basura y con poca luz,
pero hay algo nunca cambia, su gente calida y sensata, lo decía con un
dejo de nostalgia que contagiaba”.
Ahhh, como recuerdo
esas palabras sobre todo en mi actualidad, cuando soy ya parte de esa
remembranza, de sus risas, llantos, luchas sociales…convivencia pura.
Pues bien, llegue a
vivir en 2003, estaba cursando ya la especialidad en la UNAM y quería ser más
independiente, tener mi propio espacio y literalmente mandarme sola. No
encontraba ningún departamento a disposición por lo que mi pareja me invito a
compartir un espacio en el edificio Miguel Hidalgo, en l ra.sección; en ese entonces
entre a laborar en la Administración Pública Federal, ese departamento vio mi
transformación de joven a mujer.
Era un reto enorme,
ya que a parte de ser funcionaría pública, era vecina con muchas inquietudes,
demandas y problemas que resolver en mi Unidad Habitacional, así que
participamos en jornadas, talleres, otorgamiento de servicios, en fin en lo que
estaba a nuestro alcance.
Poco después,
encontré un departamento chiquito pero muy acogedor en el “Territorio de Quinta
Roo”, en la 3ra. Sección, por lo que decidir ser aún mas independiente y me
mude allá; ya para aquel entonces dividía mi tiempo entre la escuela y el
trabajo por lo que solo convivía con los vecinos por la noche, disfrutaba y
todavía lo hago, de las largas charlas y caminatas nocturnas con 2 adultas
mayores vecinas de mi entrada, quienes platican anécdotas de cómo llegaron a
vivir ahí.
Así llego el 6 de
enero del 2009, cuando precisamente me dieron noticias que sin duda redefiniría
mi vida en aquel lugar; una mañana, el médico me diagnosticó un problema de
salud por lo cual me tendían que quitar la matriz y no podría tener hijos, en
ese mismo instante en el que mi pareja de más de 6 años decidió que ya no erá
importante en su vida por lo que dio por terminada nuestra relación. Todo en
Tlatelolco.
Ahí estaba yo, caminando
por sus pasillos, viendo pasar a los niños más que felices y animados
conmemorando el 6 de enero, jugando con sus bicis, carros, motos o simplemente
conviviendo con sus papas,,-“caray, decía yo, paren al mundo, que requiero
bajar”-, así pase todo el día , parte de la noche y yo seguía
desconsolada, caminando taciturna por
los andadores sin luz de la Unidad ,
cuando de repente una adulta mayor me grito más que enojada: -“ no sea
inconsciente, levante a su perrito, que no ve que a penas y puede seguirla”-,
yo, sorprendida volteé buscando el famoso perrito, ya que por culpa de él me
habían gritado y exhibido ante mucha gente que se había concentrando alrededor
mío para reclamarme tan vil bajeza.
De repente, de
entre los contenedores de basura salio un perrito como de 2 meses de edad
brincando alegremente y desenfadadamente tras de mi, como solo los cachorritos
acostumbran hacerlo para congratularse con su ama.
Sorprendida, voltee
a mirar a la gente, quienes ya tenían una cara de molestia por el supuesto
maltrato de que el animalito había sido objeto, por lo que yo para quitármelos
de encima cargue al cachorro y lo lleve a mi depa.
Ahí empieza otra
historia, tenía otra responsabilidad, bella pero muy latosa, educar a Carli
(resulto ser perrita) con todo el amor y respeto del mundo. Ahora además
compartíamos la naturaleza plenamente día
a día. –sola ella, y sola yo-,que ruede la vida, decía yo…
Pues bien, el
tiempo paso, Carli creció, hoy tengo 37 años mis vecinos me han dejado de
llamar “nuestra niña”, (aquella joven que llegaba de la escuela y de las
marchas), ahora soy “su licenciada”, sigo en la Administración Pública, por mi
trabajo he tenido que salir en 2 ocasiones a radicar a otro lado, mismas
ocasiones que cuando he buscado departamento en Tlatelolco, misteriosamente el
único disponible es el que esta en el Territorio de Quinta Roo, casualidad o
destino…
Esta última ocasión
mi casera comento, que solo a mi se me a podido rentar, ya que nadie ha
querido, -“duran máximo 2 semanas y se van”- sorprendida, ella relata como adquirió
el inmueble: “fue precisamente en 1985, habitaban dos ancianos, esa mañana,
ella bajo a ver a su hermana al Nuevo León y jamás regreso, el sumido en el
dolor intento venderlo en varias ocasiones y al no tener éxito se lo regalo”.
De esta manera,
llegue a vivir en Tlatelolco, ¡¡¡de milagro¡¡¡, como llego Carli a mi vida,
como el día de mi operación salve la matriz, como todas las veces que ocupo el
depa del Territorio de Quintana Roo, como ocupe el cargo por 3 meses de Plata 1
en la Delegación
Cuauhtémoc , con 9 policías a mi cargo para más de 70 mil
habitantes, como que me robaron en 3 ocasiones auto partes de mi vehículo en el
estacionamiento, siendo responsable de seguridad delegacional de esa zona, sin
ni siquiera un instrumento de trabajo. En fin milagros!!! (a veces se hace lo
que se puede, con lo que se tiene, sin ser suficiente).
Pero más que un
milagro es una conjunción de anhelos, hechos, formas de convivir, de actuar, de
resolver problemas y de relacionarse lo que ha hecho que día a día Tlatelolco,
este en pie más allá de todos y a pesar de todos, “Tlatelolco es memoria hecha
vida”.
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