Por Alejandro Mario Fonseca
El año 2000 fue
muy importante para nosotros los mexicanos. “Había llegado la democracia”.
Vicente Fox, un ranchero, ex gerente de
la Coca-Cola, llegaba al máximo poder político de nuestro país por la vía de
las urnas.
Desde entonces
hemos vivido un jaloneo, un estira y afloja, entre aquellos que se resisten a
aceptar las nuevas condiciones políticas, las nuevas reglas del juego, y los
que aspiramos a un México moderno.
Al mismo tiempo,
tal vez como resultado del debilitamiento del enorme poder que detentaban la
presidencia de la república y su partido el PRI, apareció la violencia
organizada que poco a poco ha ido restándole poder al gobierno federal y a
algunos gobiernos estatales y municipales.
Foto: Cuartoscuro |
A dieciséis años
de distancia la situación es desastrosa. Los mexicanos no hemos podido
consolidar un régimen verdaderamente democrático. Los presidentes panistas
carecían de oficio político y no tuvieron las suficientes agallas para
desmantelar la estructura de poder heredada: las mafias sindicales principalmente.
Para colmo la
bonanza petrolera tomó nuevos bríos, tras una caída de los precios del barril
entre 1985 y el 2000 volvió a subir desde los 50 dólares hasta alcanzar poco a
poco los 140 dólares en el 2008. ¿Hubo disciplina financiera y el abuso y
despilfarro que habían caracterizado a los gobiernos de Echeverría y López
Portillo ya no se repitió? No, lo que cambió
fue que se canalizaron grandes
recursos hacia los gobiernos de los estados, también hubo importantes
inversiones en infraestructura.
La corrupción y la impunidad no habían llegado a su fin, se expandieron: además
del poder federal, ahora incluirían a
los poderes estatales y a muchos gobiernos locales.
¿Una nueva clase política?
La gran mayoría
seguían siendo gobernadores priistas y los pocos panistas y perredistas que
llegaron a las gubernaturas de los estados muy pronto se acomodaron a la nueva
situación. Al grado de que hoy en día es difícil saber a qué partido pertenecen
unos y otros, casi todos gobiernan igual, en la opacidad; además se ha dado el
fenómeno de los “chapulines”, miembros de la clase política que saltan de un partido a otro
dependiendo de las oportunidades que se les presentan.
A la par creció el crimen organizado y poco a
poco se fue diversificando e incluyendo además de la producción y comercio de
drogas prohibidas, el secuestro, la extorción, la trata de personas,… y se
sigue diversificando: también se infiltró en los gobiernos.
Tal vez estoy
exagerando, debe haber honrosas excepciones, pero lo dudo, las últimas
declaraciones del presidente Peña Nieto son contundentes. Ya había tenido un
desliz hace apenas un año cuando declaró que la corrupción es un fenómeno
cultural, no sé si intentaba racionalizar el asunto de la “casa blanca” o si se
estaba disculpando.
Pero lo que dijo
ahora fue el colmo debido al momento que escogió para hacerlo. Precisamente
cuando se están haciendo públicos los casos de corrupción de varios
gobernadores, funcionarios y ex funcionarios y en plena inauguración de la
Semana Nacional de Transparencia dijo: la corrupción somos todos, no hay
alguien que se atreva a tirar la primera piedra, porque todos han sido parte de
ella.
¿México está “tocando fondo”?
Yo no lo creo.
No es cierto que la corrupción nos incluya a todos. Aun cuando la desafortunada
declaración se refiera a la clase política, no es cierto. Es más, si se
estuviera refiriendo exclusivamente a los priistas y sus aliados del verde,
tampoco es cierto. Conozco algunos priistas que han logrado mantenerse en la
honradez, aunque es cierto que cada vez son menos.
Lo que si es
cierto, es que la corrupción y su hermana siamesa la impunidad ya no tardan
mucho en llegar a su fin. Y es que la situación ya no da para más. El crimen y
la violencia se están generalizando. El
mal gobierno ya está tocando fondo, las
noticias así lo confirman.
¿Qué no? Día con
día lo constatamos, solo hay que ver lo que pasó el fin de semana. En Morelia y
en buena parte de Michoacán, las empresas camioneras se vieron obligadas a
suspender sus servicios debido a los asaltos de la delincuencia y a los
secuestros de los estudiantes. En Guanajuato la gente descarrila trenes para
saquear la mercancía de los vagones. Y en la ciudad de Culiacán el ejército fue
sometido violentamente para rescatar a un capo del narcotráfico.
Insisto, la
clase política mexicana ya está tocando fondo. La situación ya es prácticamente
insostenible. El crimen y la violencia están llegando a límites insospechados y
todo esto en medio de una grave devaluación del peso que parece incontenible. Además,
por si todo esto fuera poco, el precio
del petróleo ya se estancó a la baja y el gobierno volvió al vicio del endeudamiento.
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