Alejandro Mario Fonseca
Se llama unción (del latín ungiere,
‘untar’) al proceso de embadurnar con aceite perfumado, leche, grasa
animal, mantequilla derretida u otras sustancias, presente en los
rituales de muchas religiones.
Las personas y cosas se ungen para
simbolizar la introducción de una influencia sacramental o divina, una
emanación, espíritu o poder sagrados. La unción también puede provocar, en este
marco religioso, que el mal o la enfermedad se aparten de alguien,
restableciéndose la purificación o la salud.
Saltándome los detalles originales
del término judío, voy al grano, los cristianos creen que el “ungido” aludido
en varios versículos bíblicos como Salmos 2, 2. Daniel
9, 25-26. Es el prometido Mesías.
Según la Biblia Judía, cada vez
que alguien era ungido con la fórmula concreta del aceite de la unción
santa según la ceremonia descrita en Éxodo., el Espíritu Santo
descendía sobre esta persona, capacitándole para realizar un sagrado designio.
“El que suelte el tigre, que lo amarre” |
De la unción
de Cristo a la de los monarcas
Pero Jesús nunca fue ungido de esta forma,
pues fue ungido directamente por el Espíritu Santo, esto se
puede interpretar al leer lo descrito en el libro de Lucas en la anunciación de
su nacimiento por parte del ángel (Lucas 1, 35.), es claro que
cuando el Espíritu Santo vino sobre la virgen María para concebir al Mesías (Dios
hecho hombre y no un simple mortal).
En otras palabras, el Cristo ya había
sido ungido pues él es Dios y al ser Dios no necesita que ningún hombre viniera
a ungirlo y que el Espíritu Santo descendiera sobre él, pues desde mucho antes
de su concepción humana y desde antes del inicio de los tiempos él ha sido y es
el ungido.
Llevado a la política el rito deviene
en legitimidad. En la Europa cristiana, la
monarquía merovingia fue la primera en ungir al rey en una
ceremonia de coronación que fue diseñada para epitomizar el otorgamiento por
parte de la Iglesia Católica de una sanción religiosa al derecho
divino del monarca para gobernar.
Sin embargo esto no simboliza
subordinación alguna a la autoridad religiosa, por lo que no suele ser
realizado en las monarquías católicas por el Papa sino normalmente reservado
para el Obispo o Arzobispo de una sede importante (a veces el lugar de la
coronación) del país.
La unción de
Agustín de Iturbide
Por ejemplo, el 21 de julio de 1822
tuvo lugar en la Catedral Metropolitana de la ciudad de México la coronación
del emperador Agustín de Iturbide, en una ceremonia original por su novedad y
por el carácter constitucional del monarca.
Insertada en la tradición hispánica
por la historiografía reciente, la ceremonia rompía por sí misma con ella, pues
el principal ceremonial de exaltación del monarca español había sido su entrada
pública en la Corte, reproducida en América a través de la proclamación y paseo
del Real Pendón.
Además, el ceremonial retomó ampliamente el utilizado
por Napoleón Bonaparte en 1804, enlazándose así con la tradición francesa de la
coronación de Reims, y copiando en particular los gestos que marcaban la
distancia entre el emperador y el clero. En fin, los redactores del ceremonial
dieron también una importante visibilidad al Congreso, representante de la
soberanía nacional.
La unción de Iturbide fue toda una
novedad, se trató de la "inauguración, consagración y coronación" de
un monarca, lo que ya era inédito, pero además de un "emperador constitucional",
lo que la hacía más problemática aun. (Cfr. A liturgy of change. The ritual of
consecration and coronation of Agustín; David Carbajal López; Universidad de Guadalajara).
En la búsqueda de la legitimidad perdida
No voy a
abundar en los detalles de la ceremonia de la unción de Iturbide, a todas luces
una farsa ridícula. Si usted quiere profundizar, lea la tesis de Carbajal, está
en la red.
Y ahí le
paro con la historia y con la crítica de Iturbide, ya no me meto con
Maximiliano, para que mis amigos panistas no me tachen de burlón y abusivo. No,
de lo que se trata es de divertirnos un poco, no de enojarnos.
Pero pongámonos un poco más serios, ¿qué es la
legitimidad? Porque la legitimidad es lo que siempre han estado buscando
nuestros gobernantes desde Iturbide hasta la fecha, aunque la mayoría con muy
poca suerte.
Ya lo he
comentado, Max Weber clasifica los tipos de justificaciones internas o
fundamentos de legitimidad de una dominación: la tradicional, la carismática y
la legal.
En primer
lugar la legitimidad heredada, la del eterno ayer, de la costumbre consagrada
por su inmemorial validez y por la consuetudinaria tendencia de los hombres
hacia su respeto. Se trata de la legitimidad tradicional como la que ejercían
los patriarcas y los príncipes patrimoniales de antaño. Como la que buscaba
Iturbide. Como la que añora nuestra clase política.
La legitimidad de AMLO
En segundo
término existe la autoridad de la gracia (carisma) personal y
extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente
personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades
de caudillo que un individuo posee.
Se trata
de la autoridad carismática que detentaron los profetas, o en el terreno
político, los jefes guerreros elegidos, los gobernadores plebiscitarios, los
grandes demagogos o los jefes de los partidos políticos.
Este
segundo tipo de legitimidad ya la tiene AMLO, se la ha ganado a pulso. Lleva
muchos años “picando piedra”, no sé cuántas veces ha recorrido el país, pueblo
por pueblo, además se ha dado tiempo para escribir nada menos que 16 libros;
vaya, su “calvario” ha sido largo y productivo.
Por último
tenemos la legitimidad basada en la legalidad, en la creencia en la validez de
preceptos legales y en la competencia objetiva fundada sobre normas
racionalmente creadas, es decir, en la orientación hacia la obediencia a las
obligaciones legalmente establecidas.
“El que
suelte el tigre, que lo amarre”
Y sí,
amable lector, esta última es la legitimidad que busca de nueva cuenta el Peje:
la legal, la de los votos, la de las urnas, la que le ha estado escamoteando la
clase política a base de trampas y de mucho dinero mal habido.
Y allí
estamos, apenas el día de ayer (9/3/18) en una reunión con ejecutivos de las
finanzas le preguntaron al Peje sobre las elecciones y si tiene temor a un
eventual fraude electoral. Con su colmillo retorcido insinuó que podría haber “incidentes”
si los comicios no son limpios.
“El que
suelte el tigre, que lo amarre. Ya no voy a estar deteniendo a la gente luego
de un fraude electoral”. También calmó a los señores de la Banca: “No vamos a
confiscar bienes, no se van a llevar a cabo expropiaciones, nacionalizaciones,
vamos a sacar adelante el país enfrentando el principal problema: la
corrupción”.
Al ser
interrogado por el presentador sobre si México estaba maduro para aceptar los
resultados de las elecciones, López Obrador respondió: “Yo tengo dos
caminos, ya lo he expresado: Palacio Nacional o Palenque, Chiapas (donde está
su rancho)”.
Así, la
metáfora de “soltar al tigre” vendría a ser más que amenaza, una especie de
invocación al castigo divino ante la reiterada soberbia de nuestra clase
política que ha llegado a niveles insospechados. ¿Qué le parece?
No hay comentarios:
Publicar un comentario