jueves, 21 de junio de 2018

De política, de futbol y de caballos

Alejandro Mario Fonseca
Nadie en su sano juicio pensaba hace una semana que la selección mexicana le ganaría a la selección Alemana. El futbol es así,  fue una agradable sorpresa que a todos nos puso contentos: ojalá y los jóvenes seleccionados mexicanos se mantengan en esa línea psicológica de ganadores.
Por otra parte, quién en su sano juicio se iba a imaginar hace un año que Andrés Manuel López Obrador sería un candidato presidencial que viniendo de dos tremendas derrotas, y además apoyado por la izquierda “radical”, se perfilaría como el ganador indiscutible en las elecciones del 2018.
Confieso que yo nunca me lo imaginé. Lo que me parecía como lo más lógico, era que sucedería algo muy cercano a la sucesión del año 2000 en que ganó Vicente Fox.
Pensaba que los panistas, con un Javier Corral o con una Margarita Zavala, y con el apoyo velado del PRI y de la compra de votos, le ganarían de nueva cuenta a un López Obrador ya cansado y fastidiado de tanto luchar y luchar.
Pero la política, como el futbol, es incierta, y la perseverancia combinada con los errores, con la corrupción desenfrenada de los gobiernos priistas y panistas, y sobre todo, con la postulación de malos candidatos (que digo malos, muy malos) le abrió el camino del triunfo a AMLO.
Sin embargo, la analogía más correcta para la crítica política no es el futbol, sino las carreras de caballos. Y es que una sucesión presidencial se parece más a una carrera de caballos que a un partido de futbol.

El mundial y las elecciones 2018. Foto: Foro IV

El caballo negro
 Un “caballo negro” es un candidato relativamente desconocido, con poca oportunidad de éxito, que es nominado por un partido político para un cargo público.
Esta situación se da cuando es difícil alcanzar consenso en favor de uno de los candidatos principales, por lo que los electores pueden de repente cambiar su apoyo hacia el “caballo negro” y hacerlo triunfar.
En la cultura política norteamericana el “caballo negro” era el que se presentaba en particular en las convenciones para la nominación del candidato a presidente tanto en el partido demócrata como en el republicano.
Era un precandidato que perdía las primeras elecciones pero que al final se imponía, sin embargo, con las reformas en ambos partidos, en la actualidad es muy poco probable que un “caballo negro” pueda ser nominado a la presidencia.
El término fue extraído de la novela de Benjamín Disrraeli “The Young Duke” (1931) que hacía referencia a un “caballo negro” que nunca era considerado entre los primeros de las listas y que en cierta ocasión corrió más allá de las tribunas en un triunfo dramático. (Cfr. Diccionario Electoral 2006 CD)
En México, tradicionalmente los comentaristas y politólogos hablan del “caballo negro” para referirse a la sorpresa que significaba el famoso “tapado”. Si el destapado, es decir el candidato oficial, el que finalmente designaba el presidente resultaba una verdadera sorpresa, entonces era un “caballo negro”.

Un “caballo negro” que resultó “candidato cómplice”
Los presidentes más astutos se han dado el lujo de jugar con varios candidatos haciéndoles creer que van a ser los designados y al final sorprenden a casi todos. Pero también han habido muchos candidatos que lo son por suerte, así de incierta es la política.
La historia de los candidatos priistas está llena de “caballos negros”. Desde Ortiz Rubio, pasando por Cárdenas y Ávila Camacho; hasta Ruiz Cortines, López Mateos, López Portillo y Miguel de la Madrid, todos por diversas razones fueron “caballos negros”.
Y no se diga los últimos casos ¿quiénes eran Zedillo, Fox y Calderón antes de ser candidatos? También por diversas razones los tres fueron grandes sorpresas. Con la designación de Peña Nieto a favor de Meade la historia se repitió. A José Antonio Meade se lo sacó Peña prácticamente de la manga, es más ni siquiera es priista, tampoco es político.
 El pasado 29 de noviembre el actual asesor de Anaya,  Jorge Castañeda calificó a José Antonio Meade como “el candidato de la complicidad” de los gobiernos de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto, “los regímenes más corruptos y sanguinarios” de la historia moderna de México.
En un mensaje que difundió en sus redes sociales, Castañeda dijo que “lo que debía interesar era saber qué representaba Meade, quien acababa de renunciar a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público para registrarse como precandidato del PRI a la Presidencia de la República”.
Tras insistir en que todos los partidos políticos tenían derecho de elegir a sus candidatos como les diera la gana, expuso que Meade era un personaje que ocupó cargos de gran importancia en ambos gobiernos “corruptos y sanguinarios” en los que “no podía no saber lo que sucedía”.

De “caballo negro” a “caballo flaco”
Pero Meade más que “caballo negro” o “candidato cómplice” es un triste “caballo flaco”. Resultó ser el perfecto candidato perdedor, el de la continuidad.
Pero no solamente de la continuidad “neoliberal”, es decir de aquél liberalismo despojado del bienestar social, de aquél que ignora la pobreza, la educación y la salud; sino también de la continuidad de la violencia, la corrupción y la impunidad.
¿Qué no? Su pobre campaña ha reflejado todo esto con enorme puntualidad. Y es que se trata, si de un burócrata de muy alto nivel, pero también al servicio del grupo político para el cual viene trabajando desde el sexenio panista de Felipe Calderón. Y que en un principio resultaba ideal para la clase política en el poder.
Y también es, que a todas luces la clase política que nos mal gobierna le apostó a seguir beneficiándose  de la maltrecha democracia que padecemos desde el año 2000. Y por eso el PAN y al PRD se aliaron, para facilitar la continuidad, ya sea con un candidato propio o con uno del PRI.

¿Un final cardiaco?
Pero ahora ambas opciones, la del PRI con Meade, y la del frente PAN-PRD con Anaya están enfrentadas “a muerte” y la opción del “voto útil” ya está prácticamente descartada. Ambos grupos políticos ahora luchan por la sobrevivencia.
Nos guste o no la única alternativa viable y realmente de oposición resultó ser  la de Andrés Manuel López Obrador, y ahora sorprendentemente todo parece estar a su favor. Y lo que viene es la última gran batalla: la de las urnas.
Cuando el pasado domingo los mexicanos disfrutamos de un excelente juego de futbol en el que nuestra selección resultó victoriosa, también sufrimos un final cardiaco en el que parecía que de un momento a otro caería un gol alemán.
Esperemos que el próximo 1 de julio la final en las urnas se aleje lo suficientemente de la corrupción electoral como para no permitir otro final cardiaco, con un ominoso “haiga sido como haiga sido” que llevó a Felipe Calderón a la Presidencia de México.

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