Alejandro Mario Fonseca
Por allá a fines de los años 60, en
el ambiente estudiantil de la Escuela Nacional Preparatoria, se puso de moda
leer a Herman Hesse. Uno de los escritores más representativos del romanticismo
alemán de principios del siglo XX.
Me acuerdo que leí primero algunos
cuentos cortos, como El pañuelo olvidado,
Los dos hermanos y otros. Después leí sus novelas más famosas, Demian, Siddhartha y El
lobo estepario.
En realidad Hesse fue un romántico
tardío. Hay que recordar que el romanticismo literario dominó la literatura en
Europa desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX. Se
caracterizó por su entrega a la imaginación y la subjetividad, al corazón y su
libertad de pensamiento: era la idealización de la naturaleza.
El romanticismo fue un estilo de vida
cuyos rasgos más característicos son: la imaginación y la sensibilidad. Ambos
serian una bandera frente a la razón y la intelectualidad.
Para mí, al igual que para muchos de
mis compañeros de prepa, que estábamos entusiasmados con Kant y su racionalismo
en ciernes, el ansia de libertad se manifestaba en contra de todas las formas
impuestas que coartan en el individuo la propia esencia del Sí mismo.
Y es que el instinto y la pasión
conducen al ser humano a un entusiasmo exagerado, a un profundo optimismo, pero
también al pesimismo.
En el caso de la conducción del
hombre al sentimiento pesimista, nos lleva a la huida que se plasma en la
perdición, las drogas, el desenfreno y hasta al suicidio.
Pero en el caso del optimismo, el desenlace
puede ser maravilloso: nos puede llevar a la felicidad, a la paz, a la armonía
con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea, en suma, al encuentro con el
Sí mismo.
Pajaro rompiendo cascaron |
15 perlas de
sabiduría
Hace no mucho, Sarah Romero publicó
en Muy
interesante, Quince frases
célebres de Herman Hesse, todas me encantan:
“Hay millones de facetas de la
verdad, pero una sola verdad”.
“Cuando alguien que de verdad
necesita algo, lo encuentra, no es la casualidad quien lo procura, sino él
mismo. Su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello”.
“La vida de cada hombre es un camino
hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero”.
“Cuando odiamos a alguien, odiamos en
su imagen algo que está dentro de nosotros”.
“Cuando se teme a alguien es porque a
ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros”.
“Hago mi camino cansado y
polvoriento, y detenida y dudosa queda tras de mí la juventud, que baja su
hermosa cabeza y se niega a acompañarme”.
“Hay quienes se consideran perfectos,
pero es sólo porque exigen menos de sí mismos”.
“La divinidad está en ti, no en
conceptos o en libros”.
“La belleza no hace feliz al que la
posee, sino a quien puede amarla y adorarla”.
“Hacer versos malos depara más
felicidad que leer los versos más bellos”.
“Lo blando es más fuerte que lo duro;
el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia”.
“Alguno no llega jamás a ser hombre,
y sigue siendo rana, ardilla u hormiga”.
“La felicidad es amor, no otra cosa.
El que sabe amar es feliz”.
“Las palabras no sirven para explicar
un sentido secreto”.
“Si para divertirte necesitas el
permiso de los demás, entonces eres verdaderamente un pobre diablo”.
El pájaro
rompe el cascarón
De todos estos hermosos aforismos
(sentencias breves y doctrinales) sólo falta el que a mí me gusta más, y que
además es la esencia de la novela Demian:
"El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo.
El pájaro vuela hacia Dios”.
Demian:
Die Geschichte von Emil Sinclairs Jugend (en español, Demian: Historia de la juventud de Emil
Sinclair) es una novela que relata en primera persona el paso de la
niñez a la madurez de este personaje, del escritor alemán Herman Hesse. La
obra fue publicada por vez primera en 1919, en los tiempos que siguieron a
la Primera Guerra Mundial.
Emil Sinclair es un niño que ha
pasado toda su vida en lo que él llama el Scheinwelt (mundo de
ensueño o mundo de la luz), pero una mentira lo lleva a ampliar sus visiones
del mundo y a conocer un personaje enigmático de nombre Max Demian que lo
llevará por los senderos del auto razonamiento destruyendo paradigmas
materialistas que antes lo rodeaban.
“En Demian resuenan,
aunque quizás para muchos lectores no sean perceptibles, ecos vibrantes de las
reflexiones del autor sobre la propia adolescencia atormentada; de
ese tiempo de búsquedas, dolores y sufrimientos”, esto fue lo que declaró Hesse
unos veinte años después de haber publicado su novela.
México en
plena adolescencia democrática
A los mexicanos nos urge un Demian
que nos abra los ojos y que nos haga darnos cuenta de la enorme capacidad
política, económica y social, con la que contamos para liberarnos del yugo
heredado de corrupción e impunidad.
La metáfora resulta esclarecedora: la
adolescencia es una etapa eminentemente de elección. El tiempo se nos acaba, lo
que nos urge es decidir si rompemos con el mundo de violencia, abusos,
despilfarro, corrupción e impunidad que nos tocó; y así renacer para vivir en
un mundo nuevo, de libertades y de plena humanidad.
Quise retomar esta reflexión
filosófica sobre la obra de Hesse, porque en estos momentos en los que los
mexicanos nos disponemos a participar en la elección de nuestros gobernantes,
contamos con una oportunidad histórica de cambio verdadero.
Llegó el momento del renacimiento
mexicano, es ahora o nunca. Urgen gobernantes honrados, que trabajen de tiempo
completo sirviendo al pueblo. La tarea es enorme, no va ser fácil y precisamente
por ello vamos a necesitar también mucha paciencia, pero también colaboración.
En otras palabras, la responsabilidad
del cambio no va ser solamente de los nuevos gobiernos, sino también de todos
los ciudadanos, hombres y mujeres de todas las edades, del campo y de la
ciudad, todos tenemos mucho que dar. En suma, el renacimiento de México
requiere de buenos gobiernos, pero también de buenos ciudadanos.
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