jueves, 16 de mayo de 2019

Tres pesadillas

Alejandro Mario Fonseca
Todos tenemos grabados en nuestro disco duro, en nuestra memoria, algunos sueños o hasta pesadillas que nos marcaron para toda la vida. Yo tengo varios.

La pesadilla más angustiosa de todas es la que tuve en mi primera juventud, por allá a mediados de los años 60, tendría unos 15 años cuándo soñé una bruja que me atacaba.

Dormía plácidamente en un cuarto ubicado en la azotea de un edificio de 22 pisos (como las torres de Tlatelolco). Y las paredes del cuarto eran transparentes: desde allí observaba las estrellas y las luces de la ciudad de México (todavía no sentaba sus reales el smog).

Y de repente llegaba una bruja montada en su escoba que me atacaba. Y las paredes, además de transparentes, eran elásticas, así que la punta de la escoba de la bruja me golpeaba sin romper la pared.

Bruja

Se trataba de una bruja clásica como las que aparecen en los cuentos de los hermanos Grimm: güera, gorda, narizona y con granos en la cara. Disfrutaba mucho los trancazos que me daba con la punta de su escoba y se reía a carcajadas.

Después de Freud, desde finales del siglo XIX  han abundado las explicaciones psicológicas y psiquiátricas de la brujería, y otros investigadores también han señalado el paralelismo que existe entre la sintomatología de las drogas alucinógenas con las expresiones físicas y emocionales de las brujas.


La interpretación de los sueños
Sobre todo han insistido (como Michel Foucault) en el componente de histeria sexual de la brujería:

La represión sexual del puritanismo acentuado en los siglos XVI y XVII propiciaría la floración de múltiples desviaciones. Los sabbats serían sueños motivados por ardientes deseos sexuales reprimidos por la moral dominante. (Cfr. Wikipedia).

La represión mitificó la sexualidad en relación directamente proporcional a la persecución del placer generado por histerias y locuras penosas.

La interpretación de los sueños es una obra de Sigmund Freud. La primera edición fue publicada inicialmente en alemán en noviembre de 1899. La publicación inauguró la teoría freudiana del análisis de los sueños: la vía regia hacia el conocimiento de lo inconsciente dentro de la vida anímica.

Freud plantea que los sueños son una realización alucinatoria de deseos y por consecuencia, una vía privilegiada de acceso al inconsciente, mediante el empleo del método interpretativo fundado en la asociación libre de los símbolos más importantes del sueño.

Mi intención no es la de profundizar en las teorías que explican los sueños, sino la de destacar que muy probablemente, mi sueño de la bruja está relacionado con mi situación de adolescente y de mi despertar sexual; en el contexto de una educación católica represiva.


La pesadilla de los enanos verdes
Otro sueño macabro que tengo muy presente es el de los enanos verdes. Aunque con variantes, ha sido recurrente a lo largo de mi vida como maestro.

También sucede en un edificio alto (creo que Tlatelolco me marcó) pero ya no es en la azotea, sino en uno de los elevadores.

Esperando la llegada del elevador me voy rodeando de niños que empiezan a hacerme travesuras, burlándose de mí, empujándome y aventándome cáscaras de fruta. Poco a poco se van convirtiendo en una especie de enanos verdes.

 Eran muy parecidos a los “chaneques”, esas criaturas de la mitología mexica. Entidades asociadas al inframundo cuya principal actividad es cuidar los montes y los animales silvestres. Son muy traviesos, muy mentirosos y cochinos.

El sueño es divertido pero macabro. Ya encerrados en el elevador, los enanos me hacen coquillas, se montan en mí, juegan, pero de repente también me muerden y hasta me golpean, hasta llegar el momento en que el sueño se vuelve aterrador.

Para explicar esta pesadilla tengo dos hipótesis. Probablemente esté ligada a la agorafobia que siempre he tenido a pesar de haber sido maestro toda la vida.

Entonces los enanos verdes serían una representación de algunos de mis alumnos: aquellos que echan relajo en clase, que no ponen atención o que están esperando el momento propicio para poner en aprietos al maestro y burlarse de él.

O pudiera estar ligada con alguna escena ya olvidada de  acoso escolar que sufrí de niño. Ya saben, esa forma de maltrato psicológico, verbal o físico que se da entre estudiantes de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado tanto en el aula, como fuera de ella: el bullying.


El día en que me perdí
Pero déjeme contarle otra de mis pesadillas más terribles, que es aquella en la que me pierdo. Primero me sucedió y luego se convirtió en uno de mis sueños pesados, a veces ligero pero también a veces muy pesado.

Sucedió un domingo por la tarde. Yo tendría 5 o 6 años y mi padre nos había llevado a una fiesta familiar a la casa de una prima, Lulú que era mayor que nosotros, trabajaba como secretaria en PEMEX, se llevaba muy bien con mi mamá.

Ella vivía con su esposo Pepe y sus tres hijos en Santa Fe, una colonia de clase media como Tlatelolco, pero horizontal, con muchas casas idénticas y muchas áreas verdes también idénticas. (Nada que ver con él Santa Fe de ahora).

Y sucedió que después de la comida los niños salimos a jugar. Mis sobrinos-primos eran muy inquietos, pronto los perdí de vista, al igual que a mis hermanos: así que me perdí.

No recuerdo cuanto tiempo estuve perdido. Pudo haber sido una hora o menos, pero a mí se me hizo eterno. Deambulé por la colonia y poco a poco me fui convirtiendo en un niño zombi preso del terror.

Todas las casas, todos los jardines, corredores y demás eran iguales. Muy pronto la gente, los adultos y los niños se convirtieron en una masa que saltaba, gritaba y se burlaba de mí a carcajadas. Yo sufría, pero fue un gran alivio cuando mi madre y mi prima me encontraron vagando ya muy cansado, resignado y asustado: fue como volver a la vida.


Reflexión política
Me acordé de estas pesadillas porque acabo de ver la última película de Jordan Peele, Nosotros, que trata de una niña que se pierde en un laberinto de espejos. Véala, está muy buena.

Y termino esta colaboración pensando en que los mexicanos si podemos salir de este laberinto de violencia y corrupción que heredamos de los malos gobiernos.

Dando lo mejor de nosotros mismos, con ética y trabajo comunitario podemos colaborar con el gobierno de la 4T. Tal vez sea la última oportunidad que tenemos para salir de una pesadilla que ya lleva más de 30 años.

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