lunes, 25 de septiembre de 2017

Los desastres: área de oportunidad

Alejandro Mario Fonseca
Hace ya 32 años, los sismos de 1985 le vinieron muy bien al gobierno del priista  Miguel De la Madrid. Ya llevaba más de tres años como presidente y su gobierno no daba resultados. Desde su campaña había cacareado por todo México su famosa “renovación moral”. Resulta muy interesante recordar su discurso:
Estamos pasando por épocas difíciles y dolorosas, Los retos que avizoramos son imponentes; pero necesitamos abordar la superación de estos retos con vigor, con imaginación, con talento.
 Y para ello es imprescindible la renovación moral de la sociedad Una sociedad que tolera, que permite la generalización de conductas inmorales o corruptas, es una sociedad que se debilita, es una sociedad que decae.
Y, desde luego acepto: la corrupción en el sector gubernamental es la forma más intolerable de inmoralidad social.
Lo hemos expuesto ante la nación en esta forma: la renovación moral debe ser un compromiso de todos y cada uno de los mexicanos, de todos y cada uno de los sectores y de los gremios; pero hemos de saber tomar, en el gobierno de la República, nuestros propios compromisos y nuestras propias obligaciones.

Edificio en Morelia y Tabasco colonia Roma evacuado 21 septiembre 2017. Foto: Antonio Fonseca 

La doctrina del Shock a la mexicana
Demagogia pura,  falsas promesas que buscaban recuperar la confianza pérdida después del abuso y despilfarro de los recursos del boom petrolero durante los gobiernos de Echeverría y de López Portillo. La corrupción en grande estaba desatada, la “renovación moral” era urgente.
Nada pasó, los sismos, la naturaleza, le pusieron la mesa a Salinas de Gortari (que entonces era el principal cerebro del gobierno de De  la Madrid), que aprovecharía el shock; y así, valiéndose de la confusión, del trauma, bajaría los aranceles a las importaciones: se iniciaba el cambio de modelo económico.
Con la coartada de la modernización, de la globalización y sus bondades, México ya con Salinas de presidente, ingresó al neoliberalismo, al capitalismo salvaje. La corrupción y la impunidad se acentuaron. Después con Zedillo vino la crisis de los tesobonos, la famosa “crisis del tequila”.
La transición salió muy cara, muchos empresarios quebraron, surgieron nuevos multimillonarios, la pobreza se generalizó. El incipiente bienestar social producto de tres décadas de “desarrollo estabilizador” se vino abajo: el sindicalismo fue cooptado, la educación y la salud se pauperizaron.
Le cuento todo esto, amable lector, porque ahora que la naturaleza se ensaña nuevamente contra los mexicanos, pareciera que la historia se repite. ¿La tragedia salvará nuevamente a la plutocracia del PRI gobierno? ¿Aprovechará la clase política los desastres para reivindicar sus abominables políticas, su corrupción e impunidad acendradas?

México y la crisis del tequila
Ya he comentado en esta columna el texto La doctrina del Shock (el auge del capitalismo del desastre), de Naomi Klein. Esta valiente periodista ha viajado por el mundo investigando casos de desastres políticos, naturales, bélicos y económicos.
Lo que Klein demuestra, es que tras los desastres, las poblaciones civiles diezmadas se ven sometidas a la voracidad despiadada del capital financiero internacional y de las grandes empresas multinacionales, aliadas con los gobiernos locales.
En México se trató de  la herencia que le dejó Salinas a Zedillo. El abrupto cambio de modelo económico que  bautizó como “modernización”, se tradujo en el Tratado de Libre Comercio, en un cúmulo de privatizaciones y en el inicio de la corrupción desenfrenada.
En 1994 México sufrió una depresión mayúscula, la famosa crisis de los tesobonos. Según datos de la revista Forbes, del rescate se generaron 23 nuevos milmillonarios (en dólares).
La crisis y la posterior ayuda estadunidense también abrieron a México a una participación sin precedentes del capital extranjero: en 1990 sólo uno de los bancos mexicanos era propiedad extranjera, pero en 2000, 24 de 30 bancos del país estaban ya en manos foráneas.

México ya no es el mismo
Después del salinato el desmantelamiento del “Estado de Bienestar” a la mexicana continuó con los panistas Fox y Calderón, y después con Peña, se profundizó. Sin embargo, México ya no es el mismo, porque ahora todo se sabe.
Es curioso, pero lo que estamos viviendo hoy es una situación a la inversa. Los desastres están llegando después de la profundización de las políticas neoliberales.
 El gobierno de Peña Nieto pactó con  la oposición panista y perredista para implementar las  reformas “pendientes” que habían quedado estancadas durante los gobiernos panistas. Después vinieron los desastres.
La única excepción fueron los morenistas, encabezados por Andrés Manuel López Obrador, quien desde el principio del gobierno de Peña Nieto nos advirtió sobre lo que se venía.
 No fuimos pocos los que le creímos, sin embargo, muchos hartos de la corrupción desenfrenada, de la impunidad, de la violencia y la inseguridad, le apostaron a la posibilidad de un gobierno fuerte, que restableciera el orden y reencauzara la economía: las promesas de Peña apoyado por Televisa.
Nada de esto pasó, al contrario todavía vendría lo peor. A la par de la gran estafa (la reforma energética) y de  la gran farsa (la reforma educativa, la de telecomunicaciones, la hacendaria y demás) vendrían los mayores escándalos de corrupción de toda nuestra historia.

Los desastres como área de oportunidad para el poder ciudadano
La antesala de los desastres naturales, de los huracanes y de los terremotos, es un México devastado por la clase política que está más voraz que nunca. El abuso, el despilfarro y la corrupción se han acentuado hasta límites insospechados, por eso es que la ciudadanía ya no confía en sus gobiernos.
México ya no puede estar peor, el descrédito de la clase política ya es mayúsculo. A donde quiera que van, la gente los insulta, hasta les avientan cosas, ya muy pocos les creen. Se están viendo obligados a montar farsas cuando visitan zonas en desastre: farsas que se tornan ridículas y hasta grotescas.
En contraparte la ciudadanía descubre su poder de movilización, de solidaridad. Sobre todo los jóvenes, los menores de 30 años en brigadas espontaneas, trabajando en redes, limpiando, quitando escombros, recolectado, llevando víveres, lo que se requiera a la zona indicada. Sus instrumentos de trabajo: sus manos y sus celulares.
Estamos ante la posibilidad de convertir la doctrina del Shock en su antítesis: la ciudadanía encabezada por los jóvenes actuando en política, desmantelando las redes de corrupción de la clase política. No suena tan descabellado ¡ya es tiempo!

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