martes, 5 de septiembre de 2017

De la austeridad a la soberbia Del capitalismo virtuoso al capitalismo salvaje

Alejandro Mario Fonseca

Recibí un correo electrónico de un amable lector que cuestiona mi último artículo sobre el consumismo desenfrenado que caracteriza, según yo, a la sociedad norteamericana de nuestros días.
Me dio mucho gusto, de eso se trata, no todos podemos pensar igual y nadie debe quedarse callado cuando tiene un punto de vista divergente de los demás: esa es la riqueza de la libertad, el valor central por excelencia de la modernidad.

Voy a omitir el nombre de mi interlocutor por respeto. También hemos heredado de la cultura occidental el respeto a la intimidad, a la vida privada que es sagrada: nadie debe meterse con el prójimo mientras éste no le haga daño a nadie.

Dicho esto, paso a defender mis ideas. Estoy de acuerdo en que la sociedad norteamericana es diversa. Sí, es incluso la más diversa del mundo. Pero también, los Estados Unidos son todavía un imperio. Un imperio económico y cultural que goza de una gran influencia global; y en gran medida esto se debe a su gran diversidad étnica, pero sobre todo a sus valores originales.
Ya he escrito en mi columna de Vivir en Tlatelolco y de El Quetzal, sobre la tesis de Max Weber sobre los orígenes del capitalismo y la ética protestante.

Capitalismo salvaje

La ética protestante
A principios del siglo XX Max Weber escribió una serie de ensayos, que después se convertirían en un libro importantísimo para comprender los avatares de la vida moderna: La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
Lo que hace Weber, el primer sociólogo de la modernidad, es investigar los orígenes del capitalismo. Y lo que encontró, es sorprendente, sobre todo para nosotros los mexicanos que estamos acostumbrados a la corrupción.
Muchos de los primeros capitalistas no fueron aventureros que lo arriesgaban todo en empresas inciertas; todo lo contrario, fueron hombres racionales que planeaban lo que hacían. Además, llevaban libros de contabilidad, que si bien primitivos, les daban certidumbre sobre el futuro de sus empresas.
Pero lo más importante, y es lo que quiero subrayar aquí, es que sus acciones tenían una base ética: eran protestantes y seguían a Lutero y sobre todo a Calvino. Los más interesantes son los presbiterianos, que creían en una doble predestinación; creían que estaban predestinados a la vida eterna en el reino de los cielos, pero además creían que esa predestinación valía también para lo que hacían aquí en el mundo terrenal. Lo que les exigía llevar una vida ejemplar.
Tampoco para ellos existía el perdón de los pecados, tenían que portarse bien a toda costa: eran honrados a ultranza. Todo esto nos suena muy raro a nosotros los mexicanos educados en el catolicismo, pero para ellos significó la base de su éxito.
Pero lo más interesante de la ética presbiteriana es su austeridad a ultranza. Son muy rigurosos en el cumplimiento de las normas morales; viven prácticamente en el retiro y mantienen una austeridad muy estricta.

Austeridad
No sé si usted recuerde la película El festín de Babette. Es una película danesa de 1987 escrita y dirigida por Gabriel Axel. Está basada en un relato de Karen Blixen. Fue la primera película danesa basada en una historia de Blixen y la primera de esa nacionalidad en ganar el Óscar a la mejor película de habla no inglesa.
Es una película maravillosa. Si no la ha visto, no se preocupe puede comprarla en la librería Gandhi. También eventualmente la han ofrecido en el canal 22 o en el 11, no me acuerdo; o puede rentarla. Como mi memoria ya no es muy buena y también por un poco de flojera, reproduzco la sinopsis de la Wikipedia.

En 1871, durante una mañana de tormenta, Babette llega a un pueblo de Jutlandia, una aldea en la desolada costa oeste de Dinamarca, huyendo de Francia durante la represión de 1871.
Es empleada como criada y cocinera en la casa de dos ancianas solteras, hijas de un estricto pastor, el cual ha frustrado todos los planes de ser felices de sus hijos. Allí vive durante catorce años, hasta que un día descubre que por fortuna ha ganado la lotería, y en lugar de regresar a Francia, pide permiso para preparar una cena de celebración del centenario del pastor.
Llama la atención en las dos ancianas el fuerte sentido del deber, inculcado por su padre y expresión de un compromiso ante todo con Dios. En la austeridad de su existencia, arraigada también en una concepción cristiana de la vida, se percibe al mismo tiempo un rechazo a todo lo mundano.
 Poco a poco vamos comprendiendo ese aspecto muy presente en la concepción luterana del cristianismo, en el que lo material, así como el gozo y el placer, son vistos con desconfianza y en su mayor parte rechazado. Contrasta fuertemente con la aproximación de Babette, cuya educación y catolicismo —“papista” en la mente de las ancianas— la lleva a una valoración positiva de lo material y de los placeres de la vida tomados con moderación.

 Soberbia
Sin dejar de lado su fanatismo religioso excluyente y su racismo xenófobo, sí algo distingue a Donald Trump y sus corifeos, es su exacerbada soberbia. La soberbia es el pecado capital que subsume a todos los demás pecados: es la antítesis de la austeridad presbiteriana.
En casi todas las listas de pecados, la soberbia  se considera el original y más serio de los pecados capitales, y de hecho, es la principal fuente de la que derivan los otros. En El paraíso perdido de John Milton, dice que este pecado es cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.
Se puede definir la soberbia como la creencia de que todo lo que uno hace o dice es superior, y que se es capaz de superar todo lo que digan o hagan los demás. También se puede tomar la soberbia como la confianza exclusiva en las cosas vanas y vacías (vanidad) y en la opinión de uno mismo exaltada a un nivel crítico y desmesurado (prepotencia).

Concluyo por falta de espacio. No todos los estadounidenses, gracias a Dios, son como los corifeos de Trump, pero de que de que estos últimos son soberbios, necios, consumistas, incultos y despilfarradores, tal como los necesita el fanfarrón, no hay duda.
También gracias a Dios, cada vez son menos esos corifeos que danzan y cantan hacia el templo de Trump. Conforme “avanzan” sus reformas, está quedando cada vez más claro que Trump no es otra cosa más que un irresponsable sin solvencia moral ni oficio político: un soberbio cabeza hueca.

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