Alejandro Mario Fonseca
Recibí un correo electrónico de un
amable lector que cuestiona mi último artículo sobre el consumismo desenfrenado que caracteriza, según yo, a la sociedad
norteamericana de nuestros días.
Me dio mucho gusto, de eso se trata,
no todos podemos pensar igual y nadie debe quedarse callado cuando tiene un
punto de vista divergente de los demás: esa es la riqueza de la libertad, el
valor central por excelencia de la modernidad.
Voy a omitir el nombre de mi
interlocutor por respeto. También hemos heredado de la cultura occidental el
respeto a la intimidad, a la vida privada que es sagrada: nadie debe meterse
con el prójimo mientras éste no le haga daño a nadie.
Dicho esto, paso a defender mis
ideas. Estoy de acuerdo en que la sociedad norteamericana es diversa. Sí, es
incluso la más diversa del mundo. Pero también, los Estados Unidos son todavía
un imperio. Un imperio económico y cultural que goza de una gran influencia
global; y en gran medida esto se debe a su gran diversidad étnica, pero sobre
todo a sus valores originales.
Ya he escrito en mi columna de Vivir
en Tlatelolco y de El Quetzal,
sobre la tesis de Max Weber sobre los orígenes del capitalismo y la ética
protestante.
Capitalismo salvaje |
La ética
protestante
A principios del siglo XX Max Weber
escribió una serie de ensayos, que después se convertirían en un libro
importantísimo para comprender los avatares de la vida moderna: La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
Lo que hace Weber, el primer
sociólogo de la modernidad, es investigar los orígenes del capitalismo. Y lo
que encontró, es sorprendente, sobre todo para nosotros los mexicanos que
estamos acostumbrados a la corrupción.
Muchos de los primeros capitalistas
no fueron aventureros que lo arriesgaban todo en empresas inciertas; todo lo
contrario, fueron hombres racionales que planeaban lo que hacían. Además,
llevaban libros de contabilidad, que si bien primitivos, les daban certidumbre
sobre el futuro de sus empresas.
Pero lo más importante, y es lo que
quiero subrayar aquí, es que sus acciones tenían una base ética: eran
protestantes y seguían a Lutero y sobre todo a Calvino. Los más interesantes
son los presbiterianos, que creían en una doble predestinación; creían que
estaban predestinados a la vida eterna en el reino de los cielos, pero además
creían que esa predestinación valía también para lo que hacían aquí en el mundo
terrenal. Lo que les exigía llevar una vida ejemplar.
Tampoco para ellos existía el perdón
de los pecados, tenían que portarse bien a toda costa: eran honrados a
ultranza. Todo esto nos suena muy raro a nosotros los mexicanos educados en el
catolicismo, pero para ellos significó la base de su éxito.
Pero lo más interesante de la ética
presbiteriana es su austeridad a ultranza. Son muy rigurosos en el cumplimiento
de las normas morales; viven prácticamente en el retiro y mantienen una
austeridad muy estricta.
Austeridad
No sé si usted recuerde la película El
festín de Babette. Es una película danesa de 1987 escrita
y dirigida por Gabriel Axel. Está basada en un relato de Karen
Blixen. Fue la primera película danesa basada en una historia de Blixen y
la primera de esa nacionalidad en ganar el Óscar a la mejor película de
habla no inglesa.
Es una película maravillosa. Si no la
ha visto, no se preocupe puede comprarla en la librería Gandhi. También
eventualmente la han ofrecido en el canal 22 o en el 11, no me acuerdo; o puede
rentarla. Como mi memoria ya no es muy buena y también por un poco de flojera,
reproduzco la sinopsis de la Wikipedia.
En 1871, durante una mañana
de tormenta, Babette llega a un pueblo de Jutlandia, una aldea en la
desolada costa oeste de Dinamarca, huyendo de Francia durante la represión
de 1871.
Es empleada como criada y cocinera en
la casa de dos ancianas solteras, hijas de un estricto pastor, el cual ha
frustrado todos los planes de ser felices de sus hijos. Allí vive durante
catorce años, hasta que un día descubre que por fortuna ha ganado la lotería, y
en lugar de regresar a Francia, pide permiso para preparar una cena de
celebración del centenario del pastor.
Llama la atención en las dos ancianas
el fuerte sentido del deber, inculcado por su padre y expresión de un
compromiso ante todo con Dios. En la austeridad de su existencia, arraigada
también en una concepción cristiana de la vida, se percibe al mismo tiempo un
rechazo a todo lo mundano.
Poco a poco vamos comprendiendo ese aspecto
muy presente en la concepción luterana del cristianismo, en el que lo material,
así como el gozo y el placer, son vistos con desconfianza y en su mayor parte
rechazado. Contrasta fuertemente con la aproximación de Babette, cuya educación
y catolicismo —“papista” en la mente de las ancianas— la lleva a una valoración
positiva de lo material y de los placeres de la vida tomados con moderación.
Soberbia
Sin dejar de lado su fanatismo
religioso excluyente y su racismo xenófobo, sí algo distingue a Donald Trump y
sus corifeos, es su exacerbada soberbia. La soberbia es el pecado capital que
subsume a todos los demás pecados: es la antítesis de la austeridad
presbiteriana.
En casi todas las listas de pecados,
la soberbia se considera el original y
más serio de los pecados capitales, y de hecho, es la principal fuente de la
que derivan los otros. En El
paraíso perdido de John Milton, dice que este pecado es
cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.
Se puede definir la soberbia como la
creencia de que todo lo que uno hace o dice es superior, y que se es capaz de
superar todo lo que digan o hagan los demás. También se puede tomar la soberbia
como la confianza exclusiva en las cosas vanas y vacías (vanidad) y en la
opinión de uno mismo exaltada a un nivel crítico y desmesurado (prepotencia).
Concluyo por falta de espacio. No todos
los estadounidenses, gracias a Dios, son como los corifeos de Trump, pero de
que de que estos últimos son soberbios, necios, consumistas, incultos y
despilfarradores, tal como los necesita el fanfarrón, no hay duda.
También gracias a Dios, cada vez son
menos esos corifeos que
danzan y cantan hacia el templo de Trump. Conforme “avanzan” sus
reformas, está quedando cada vez más claro que Trump no es otra cosa más que un
irresponsable sin solvencia moral ni oficio político: un soberbio cabeza hueca.
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