Alejandro Mario Fonseca
Encuentro por lo menos dos versiones
de la historia reciente de los Estados Unidos, si la del imperio capitalista.
Una liberal y ecologista, aparentemente apologética, la de Jeremy Rifkin; y la
otra crítica y radical, que aun cuando raya en el extremismo, no deja de ser
objetiva y valiosa, la de Naomi Klein.
Mi interés es el de contribuir a la
comprensión del fenómeno Trump y su desenlace. Algunos amigos me critican
haciéndome ver que lo que está sucediendo en nuestro país merece especial
atención, porque “estamos a punto de vivir el final, el desenlace de una
comedia tragicómica”. ¡Ojalá!
Y si, tienen razón, pero la verdad es
que ya me aburren los discursos fantásticos de Peña Nieto, las arengas
hipócritas de Ricardo Anaya, las peroratas huecas de Alejandra Barrales; valla
hasta los discursos triunfalistas egocéntricos y reiterativos de López Obrador
me dan sueño.
También me da flojera escribir sobre
los responsables de los “socavones”, las trapacerías de los gobernadores; de
los abusos, despilfarro e impunidad de directivos, secretarios, diputados,
líderes sindicales, y demás “ilustres” miembros de la clase política que nos
mal gobiernan.
Así que discúlpeme usted amable
lector. Paso al tema de la crisis del imperio. Los últimos 50 años de la
historia estadounidense pueden ser vistos desde dos ópticas.
Naomi Klein
y el socialismo democrático
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Dos “tipos
ideales” divergentes pero complementarios
La de los analistas ilustrados,
liberales y ecologistas que avizoran un regreso al capitalismo ético, basado en
una Tercera Revolución Industrial en ciernes. Las tecnologías modernas y las
energías renovables, serían la clave de la transición hacia un capitalismo
“democrático” más humano.
Y la de los críticos radicales que
ponen el acento en la voracidad despiadada de los nuevos dueños del mundo: el
conglomerado industrial, comercial y gubernamental, para quien los desastres,
las guerras y la inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la
economía del Shock. La alternativa sería el socialismo democrático.
Las obras de Rifkin y Klein serían
los “tipos ideales” de dos posturas ideológicas que aunque encontradas,
resultan esclarecedoras y complementarias ¿Por qué son complementarios estos
dos puntos de vista aparentemente contradictorios? Porque responden a estudios
rigurosos, muy bien documentados, pero con enfoques ideológicos distintos:
insisto, son dos tipos ideales.
El método del tipo ideal se lo
debemos a Max Weber, y consiste en la construcción de explicaciones de los
fenómenos sociales a partir de puntos de
vista unilaterales, que pueden ser exhaustivos o no, pero con la condición de
que sean rigurosos, coherentes y homogéneos.
El tipo ideal no necesariamente se
identifica con la realidad, en el sentido de que expresa la verdad “auténtica”,
sino que se aleja de ella debido a su propia irrealidad, para después dominarla
intelectual y científicamente.
El resultado es un instrumento de
investigación que nos permite formar juicios de causalidad porque guía la
elaboración de hipótesis sobre la base de una imaginación alimentada en la
experiencia y disciplinada por un método riguroso.
Naomi Klein
y el socialismo democrático
Naomi Klein es una periodista,
escritora y activista canadiense con una gran influencia en el movimiento antiglobalización y
en el socialismo democrático.
Su tipo ideal es el de la “doctrina
del Shock”. Sostiene que cuando una
sociedad experimenta un gran “shock”
hay un deseo generalizado por una rápida y decisiva respuesta para corregir la
situación; este deseo, de grandes acciones e inmediatas, ofrece una oportunidad
a los actores oportunistas para implementar políticas que van lejos, más allá
de una legítima respuesta al desastre.
Así, el capitalismo depredador
encabezado por los norteamericanos, se basa en la rapidez con que se implementan las acciones de rescate, lo que determina
que sean indiscutibles; entonces las políticas impopulares y desconocidas serán
intencionadamente llevadas a efecto.
Se trata de la historia
no oficial del capitalismo actual. Desde Chile hasta Rusia, desde Sudáfrica
hasta Canadá, es la implantación del libre mercado que responde a un programa
de ingeniería social y económica que Naomi Klein identifica como «capitalismo
del desastre”.
Lo que ella
hace es una crítica radical del liberalismo de nuestros días: el
“neoliberalismo”. Se trata del capitalismo en su fase monopolística, un sistema
que se ha soltado la melena, por así
decirlo: que ya no tiene que esforzarse en cuidarnos como a clientes, que ya
puede ser tan antisocial, antidemocrático y grosero como le plazca.
Los críticos norteamericanos utilizan el
término “neoconservadurismo” en lugar de neoliberalismo. Y Donald Trump viene a
ser el líder en turno de esta corriente de política económica. Se trata de la
más dura expresión del capitalismo salvaje, al servicio del gran capital
financiero internacional y de las empresas ligadas a la destrucción y a la
contaminación medioambiental.
Jeremy
Rifkin y la Tercera Revolución Industrial
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Jeremy
Rifkin y la Tercera Revolución Industrial
Por su parte Jeremy Rifkin, un
liberal y consultor empresarial, pero también ecologista, propone un tipo ideal
en el que pretende comprender cómo es que las grandes transformaciones económicas de la historia
ocurren cuando una nueva tecnología en el campo de la comunicación converge con
unos sistemas energéticos también novedosos.
Sostiene que en el siglo XXI estamos
viviendo una convergencia entre una nueva tecnología de la comunicación y un
nuevo régimen energético. Los europeos ya van muy adelantados. La conjunción de
la tecnología de la comunicación de internet y las energías renovables
(principalmente la solar y la eólica) está dando lugar a una Tercera Revolución
Industrial.
Muy pronto millones de seres humanos
generarán su propia energía verde en sus hogares, en sus despachos y en sus
fábricas. Además la compartirán entre sí a través de redes inteligentes de
electricidad distribuida, del mismo modo que ahora crean su propia información
y la comparten por internet.
Lo más interesante, es que esta nueva
revolución basada en la “democratización de la energía” cambiará nuestra forma
de organizar el conjunto de la vida humana: entraremos a la era del
“capitalismo distribuido”.
Capitalismo distribuido y socialismo
democrático aparecen entonces como dos propuestas excluyentes o coincidentes y
complementarias. ¿Usted qué opina?
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