Alejandro Mario Fonseca
Una de las grandes aportaciones de
Max Weber a la ciencia política y a la
sociología es su tipología ideal de dominación, ligada a su concepto de
legitimidad. En su famosa conferencia La política como vocación, no sólo
nos ofrece un sucinto y brillante concepto de Estado: aquella comunidad humana que, dentro de determinado territorio, reclama
para sí el monopolio de la violencia física legítima.
Sino que también clasifica los tipos
de justificaciones internas o fundamentos de legitimidad de una dominación: la
tradicional, la carismática y la legal.
En primer lugar la legitimidad
heredada, la del eterno ayer, de la costumbre consagrada por su inmemorial
validez y por la consuetudinaria tendencia de los hombres hacia su respeto. Se
trata de la legitimidad tradicional como la que ejercían los patriarcas y los
príncipes patrimoniales de antaño.
En segundo término existe la
autoridad de la gracia (carisma)
personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza,
igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras
cualidades de caudillo que un individuo posee. Se trata de la autoridad
carismática que detentaron los profetas, o en el terreno político, los jefes
guerreros elegidos, los gobernadores plebiscitarios, los grandes demagogos o
los jefes de los partidos políticos.
Por último tenemos la legitimidad
basada en la legalidad, en la creencia en la validez de preceptos legales y en
la competencia objetiva fundada sobre normas racionalmente creadas, es decir,
en la orientación hacia la obediencia a las obligaciones legalmente
establecidas.
¿El PAN dilapidó su autoridad moral? |
La
legitimidad de la partidocracia mexicana
En conclusión, el ejercicio del poder,
la autoridad, no descansa solamente en la fuerza, es decir, toda autoridad
necesita legitimarse, en el sentido de ser reconocida y aceptada.
Hay que recordar que se trata de una
tipología ideal. En términos sencillos un tipo ideal es una cosa simple de lo
que creemos que debería ser algo y que existe sólo en nuestra mente, con el
propósito de compararlo con un modelo que si existe y es real.
Entonces, a pesar de que los tres
tipos de autoridad expuestos por Max Weber, están perfectamente bien definidos
y justificados, la realidad es que no existen estados puros de éstos,
sino mezclas.
En nuestros tiempos y en nuestro
país, la autoridad legal-racional es la más cacareada, y a la vez la más
sospechosa; es por ello que la autoridad carismática está amenazando con
convertirse en la más influyente en la
transición política hacia el 2018 que estamos viviendo.
Y es que en tiempos de crisis los seres
humanos, y los mexicanos no somos la excepción, recurrimos a líderes
carismáticos que nos restituyan la confianza y la fe: también recurrimos a la
religión y a las tradiciones.
Dicho esto, paso a retomar la crítica
que inicié en mi columna anterior. Decía que el PRI desde sus orígenes fue y
sigue siendo una burocracia electoral especializada en darle funcionalidad a
las farsas electorales. Desde luego que esto no es totalmente cierto, ya que
ahora también está el Instituto Nacional Electoral que, aunque marcadas, también
juega sus cartas.
Y también están los otros partidos,
el PAN, el PRD y Morena, que también están en el juego. Sin embargo, los dos
primeros como les decía, están ya muy desgastados.
El PAN: una
autoridad moral desgastada
Hace 20 años el Partido Acción Nacional
irrumpió en la escena política mexicana como la alternativa “moral” a un
sistema político que le urgía modernizarse en serio. Dese los años 80 los
mexicanos fuimos víctimas del engaño neoliberal de Carlos Salinas de Gortari.
Se inició la venta de las empresas
paraestatales, la banca se vendió al capital extranjero, algunos sectores como
el automotriz se vieron favorecidos y muchos otros fueron desmantelados. Bajó
la calidad de la educación y de la salud públicas, surgieron nuevos
multimillonarios y la pobreza se extendió por todo México; en fin, el
capitalismo salvaje sentó sus reales.
También llegaron los ladrones de
cuello blanco que se sirvieron con la cuchara grande. El PAN llegó a la presidencia con
Vicente Fox, un ranchero carismático que prometió corregir el modelo neoliberal
haciendo frente a la corrupción desenfrenada y a la impunidad.
Muchos mexicanos le creímos, sin embargo
muy pronto su carisma de ranchero bonachón, enérgico y justiciero se vio
opacado por su falta de oficio político. Había prometido desmantelar las redes
de corrupción y meter a la cárcel a los peces gordos; nunca lo hizo, al
contrario, pacto con ellos.
Así que el capital heredado de las
viejas tradiciones panistas, basado en la doctrina social cristiana, que le
daba una solides carismática, fue dilapidado rápidamente y Fox se convirtió en
una especie de payaso que nos hacía reír con sus tonterías.
Felipe Calderón siguió por el mismo
camino de tal manera que la corrupción y la impunidad se acentuaron, pero con
un agravante más: la inseguridad y la violencia generalizadas. Esto se debió a
que llegó a la presidencia con un margen de legitimidad en las urnas muy
discutible. Para muchos mexicanos prácticamente se había (“haiga sido como
haiga sido”) robado la elección. Así que para recuperar legitimidad inició una
estúpida guerra contra los carteles del narcotráfico. Hoy la autoridad moral
del PAN está por los suelos.
Moreno Valle
hacia la presidencia del 2018
Ahora el PAN se parece tanto al PRI, que surgieron nuevos
dirigentes y líderes panistas emanados de las filas del PRI, como el caso del
exgobernador Rafael Moreno Valle, que llegó
al gubernatura de Puebla con una amplia alianza en la que participaron casi
todos los partidos, incluso gran parte del PRI.
Moreno Valle centralizó el poder a la
vieja usanza priista y como en su proyecto político estaba el objetivo de
llegar a la presidencia de la república, se dedicó a realizar obras de
infraestructura de gran relumbrón. Y quién mejor que el alcalde de Cholula J.J.
Espinosa, quién en una especie de contra informe, público en el diario Reforma, criticándolo:
“… de represión (la “ley bala”), de
endeudamiento oculto escandaloso (75 mil millones), de altos funcionarios
involucrados en el robo de gasolina (hecho que si no mal me acuerdo, ya se
castigó), de una donación desorbitada a la empresa Audi (17 mil millones), de
la privatización del agua potable y del abuso en el cobro, de la imposición de
su esposa en la secretaría general del PAN, de la manipulación y sometimiento
de los poderes legislativo y judicial, de la inutilidad de muchas de sus obras
realizadas sin licitación transparente”. (Este es un resumen del desplegado).
¿Qué le parece? Habría que ver si
Espinosa sostiene lo dicho o se retracta, ahora que ya cayó de la gracia del
Peje. Y por cierto, de la legitimidad carismática de este último ya hablaré en mi
próxima entrega, tal como lo prometí.
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