Alejandro Mario Fonseca
Me acuerdo muy bien, fue cuando
cumplí 14 años. Ese día recibí de mi padre un regalo que me hizo sentir adulto:
la biografía de María Antonieta
escrita por Stefan Sweig. ¡Qué libro tan encantador! Salvo la introducción, la
novela resultó toda una delicia.
Medio año después, ya como estudiante
de preparatoria volví a leer a Sweig. Fue la primera tarea de la materia de
Geografía: Conquistador de los mares:
la historia de Magallanes. Tiempo después leí algunas otras
de sus biografías, todas apasionantes: recuerdo sobre todo la de Fouché, el genio tenebroso, y la de Nietzsche.
Pero regresando a la biografía de María Antonieta, lo primero que quiero
comentar es que en mi primera lectura la introducción me resultó muy difícil,
al grado de que estuve a punto de no leerlo. Pero se trataba de mi primer
“libro para adultos”, así que era una obligación leerlo.
Ya entrado en el primer capítulo todo
fue “miel sobre hojuelas” y no tardé más de una semana en leer el libro
completo. El problema era que la introducción resultaba muy avanzada para mi corta edad.
Y es que la introducción es toda una obra de
arte de psicología profunda y de un gran conocimiento de la historia.
Beatriz Gutierrez publica un libro y Rivera regresa a Televisa |
La
Revolución Francesa
Con una gran maestría Sweig nos
explica el profundo significado de la tragedia que se agiganta cuando los retos
históricos se ciernen sobre el alma atormentada de un ser “normal”: la reina
María Antonieta.
Se trata de una mujer “común y
corriente”, pero dotada de un gran carácter, desconocido para ella misma debido
a su origen aristocrático. La “niña reina” vive treinta años de fantasía, de
abundancia y desparpajo. Hasta que la Gran Revolución y su exigencia de chivos
expiatorios al más alto nivel, la obligan en sus últimos momentos a mostrarse
en toda su grandeza.
En palabras de Sweig: Para herir a la realeza, la Revolución
tenía que atacar a la reina, y en la reina, a la mujer. Ahora bien, veracidad y
política habitan raramente bajo el mismo techo, y allí donde se traza una
imagen con fines demagógicos, es de esperar poca rectitud de los siervos
complacientes de la opinión pública.
No se ahorró
ninguna difamación contra María Antonieta, ningún medio para llevarla a la
guillotina: todo vicio, toda depravación moral, toda suerte de perversidad
fueron atribuidos sin vacilar a la “loba austriaca”, en periódicos, folletos y
libros.
Pero María Antonieta no era ni la
gran santa de la monarquía, ni la perdida, que la Revolución necesitaba ver.
Por eso es que tanto acusadores como defensores se contradicen mutuamente del
modo más violento.
Si no hay
pan que coman pasteles
Según una de las leyendas más
contadas, cuando la Revolución estaba a punto de estallar y la tensión ya era
preocupante, el pueblo se arremolinó en torno a Versalles para hacerle saber a
la aristocracia, a voz en grito, que no tenían ni harina ni trigo para poder
hacer pan.
Y fue entonces cuando María Antonieta
dijo aquello de:
Si no tienen pan que coman pasteles. Como es lógico, el dicho no fue bien recibido por el pueblo que se encendió aún más contra el poder. Nadie sabe cómo oyeron a la reina o cómo supieron lo que había dicho, pero en cualquier caso no importa porque es poco probable que lo dijera.
Si no tienen pan que coman pasteles. Como es lógico, el dicho no fue bien recibido por el pueblo que se encendió aún más contra el poder. Nadie sabe cómo oyeron a la reina o cómo supieron lo que había dicho, pero en cualquier caso no importa porque es poco probable que lo dijera.
Y es que en el fondo del escenario
siempre está la Gran Revolución y sus exigencias. Sweig es contundente: La tensión trágica no se produce sólo por la
desmesurada magnitud de una figura, sino que se da también, en todo tiempo, por
la desarmonía entre una criatura humana y su destino.
Me vuelve a resultar delicioso releer
ahora ya de viejo la biografía de María
Antonieta de Stefan Sweig. Pero lo invito amable lector a que reflexionemos
sobre los continuos desfiguros en los que nuestra minúscula aristocracia,
nuestra clase política, suele caer en estos tiempos aciagos que nos tocó vivir
aquí en México.
De la “casa
blanca”…
A manera de ocurrencia descabellada permítame
comparar la personalidad y carácter de María Antonieta la última reina de
Francia con los desfiguros de dos
destacadas mexicanas: Angélica Rivera y Dulce María Silva.
Y así como hay un gran abismo entre
la protagonista de la gran Revolución Francesa y las de la transición política mexicana, también lo hay
entre las fuentes en las que me apoyo: no son lo mismo las biografías de Stefan
Sweig que los reportajes de la revista
¡Hola!, la revista de la aristocracia, la del corazón, la más vendida de
España.
Y aun cuando nuestra aristocracia
resulta light (para decirlo con
suavidad) comparada con la europea o la gringa de nuestros días, no deja de ser
aristocracia, al menos en sus pretensiones y ostentaciones. Y si el signo de la
reina María Antonieta devino en tragedia, los desfiguros de Angélica y Dulce
María devienen, al menos, en tele novela.
Y sí, ahora parece de telenovela,
pero hay que recordar que el caso de “La casa blanca de Enrique Peña Nieto” lo
descubrió Carmen Aristegui a raíz de una entrevista que le hiciera la revista ¡Hola! a Angélica Rivera en mayo de
2013.
Rivera se mostraba más que presumida,
amorosa con su familia: “En nuestra casa llevamos una vida lo más normal
posible. Les he hecho saber que Los Pinos nos será prestado sólo por seis años
y su verdadera casa, su hogar, es esta donde hemos hecho este reportaje”.
…a la boda
de “Lady Langosta”
Después vendría la investigación de
Aristegui que descubriría que el presidente Peña poseía una casa en Las Lomas,
DF, con valor de USD 7 millones. Construida a su gusto por Grupo Higa, una de
las empresas que ganó la licitación de tren México- Querétaro, y que levantó
obras en Edomex, cuando Peña fue gobernador.
Y ahora resulta que el ungido
presidente electo Andrés Manuel López Obrador fue el invitado de honor a la millonaria
boda de uno de sus principales colaboradores Cesar Yáñez con la empresaria poblana
Dulce María Silva. Y el evento también lo cubrió la revista del corazón: ¡Hola!
Parafraseando a Guadalupe Loaeza “Cherchez
la femme..., dicen los franceses cuando quieren dilucidar un crimen”. Y es que
tanto en la entrevista de Angélica como en el reportaje de la boda de Dulce María, se trató de dos
mujeres, una esposa y una novia, que le presumían al mundo su felicidad.
Pero hay que distinguir entre los dos
casos. AMLO sólo fue un invitado, “yo no me casé” se apresuró a declarar. Sin
embargo, el problema de fondo es que se trata del presidente de la austeridad y
diga lo que diga, no supo cuidar las formas: quedó embarrado entre lujos y
ostentaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario