viernes, 11 de septiembre de 2015

Para la renovación de Tlatelolco: Potenciar la organización desde abajo

Aurelio Cuevas (Sociólogo)

En una plática reciente con un vecino coincidimos en que hay un hondo deterioro de las normas de convivencia de nuestra realidad cotidiana, tanto dentro como fuera de los inmuebles que habitamos; uno de los aspectos que tocamos fue el paso de motocicletas a alta velocidad en todos los espacios peatonales, hecho que pone en riesgo la integridad de las personas que transitan por los mismos. Comentamos que los propietarios de tales vehículos, si radican en Tlatelolco, los estacionan en los accesos y pasillos internos de los edificios obstaculizando el paso de quienes entran o salen de estos últimos.

Así imagino a Tlatelolco. 
Sacamos a colación otras cuestiones relacionadas con la Unidad, sobre todo la marcada apatía de los residentes para participar en la solución de los problemas que nos afectan. Este hecho –sin hacer a un lado la parte de responsabilidad que tienen las autoridades públicas- se refleja en el caótico uso de los espacios públicos, la transgresión de normas colectivas (fiestas escandalosas a altas horas de la noche, arrojar restos de alimentos sin envoltura por los ductos de basura, no recolección de heces de mascotas, entre otras cosas), la débil organización vecinal y la afirmación de una mentalidad individualista a costa del comportamiento cooperativo.

Vino entonces a nuestra memoria–cabe decir que ambos habitamos en la Unidad desde los años sesentas- el suceso tal vez más significativo tras los sismos de septiembre de 1985: la emergencia de una gran solidaridad entre los habitantes de las diversas colonias de la ciudad frente a la tragedia colectiva provocada por un sin número de derrumbes, como el del edificio Nuevo León en Tlatelolco.

Recordamos que durante varios días la iniciativa social suplió con notoria eficacia la incapacidad gubernamental ante el desastre que asoló la capital, y que las organizaciones creadas por la población damnificada forzaron al gobierno a reconocer la justeza de una demanda: la reconstrucción prioritaria de las viviendas dañadas por los sismos en los diversos barrios y colonias.

Coincidimos en que el derecho a la vivienda reconstruida en la Unidad fue respetado por el gobierno no solo porque existía el llamado “Certificado de Participación Inmobiliaria” (que le dio validez legal) sino a la presión colectiva organizada de los residentes damnificados. De este modoel proyecto de reconstrucción habitacional en Tlatelolco debe ante todo verse a la luz de una vigorosa acción vecinal que duró hasta que vio cumplida su meta.
Convergimos en que la superación de la crisis actual de Tlatelolco debe considerar la experiencia generada con el sacudimiento telúrico de 1985; en aquel tiempo la conjugación de un sin número de esfuerzos individuales consiguió un logro colectivo perdurable.

Aunque –recalcó mi interlocutor-el momento de hoy difiere en varios aspectos al vivido hace 30 años, los dos coinciden en la necesidad de una organización vecinal desde abajo, sin partidismos de ningún tipo, para enfrentar a fondo los problemas existentes. El rol a cumplir por las autoridades públicas -concluimos así nuestra plática- dependería ahora de una identidad vecinal con valores cívico-comunitarios que eleven la calidad de vida en Tlatelolco.

¿Proyecto realizable o mera utopía? Cada uno de nosotros tiene la respuesta.

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