Alejandro Mario Fonseca
Cuenta Don Lucas Alamán, en su Historia de Méjico que durante la
Colonia, cuando un nuevo virrey iba a tomar posesión del cargo, su primer acto
de gobierno consistía en aventarle al “populacho” monedas de plata desde su
carroza. Esto lo hacía para “ganar popularidad”, es decir para ganar la
aceptación y el aplauso del pueblo.
Esta anécdota me viene a la mente ahora que
leo las múltiples críticas al informe del presidente Peña Nieto.En CNN noticias
por ejemplo se destaca que el presidente dedicó cerca del 7 % de su discurso
(815 palabras) para hablar sobre el riesgo del populismo y la demagogia, lo que
encendió de inmediato interrogantes y especulaciones sobre el motivo de su
advertencia, y si tenía una dedicatoria para un rival político en particular.
De este hecho, quisiera destacar
dos cosas. Primero, lo prácticamente irrelevante del contenido del otro 93 %
del informe. No dijo nada nuevo, no propuso nada nuevo, vaya cosa, casi todos
los comentaristas coinciden en lo irrelevante y anodino que se ha vuelto el
informe presidencial. Es muy lamentable y preocupante, ya poca gente le cree al
presidente de México. Entonces yo me pregunto, estimado lector, en qué clase de
régimen político vivimos, ¿presidencialista todavía?, con una imagen del
presidente tan desgastada, no lo creo.
Enrique Peña Nieto y su esposa |
Y el otro punto que quiero
destacar es el tema del populismo en sí mismo. Más allá de si Peña quiso desviar
los reflectores políticos de la grave crisis en la que se hunde nuestro país, o
de si el destinatario de la advertencia fue López Obrador, o las candidaturas
independientes, ¿entendemos bien lo qué es el populismo?
El populismo es un movimiento
doctrinal que pretende defender e interpretar los intereses populares, y
moviliza grandes masas de composición heterogénea (pequeña burguesía,
campesinado, nuevos proletarios y sectores marginales de diversa procedencia).
Ideológicamente es una mezcla de sentimientos y actitudes de variada índole
(nacionalismo, antiimperialismo, justicia social, dogmatismo, demagogia, orden
y disciplina), a los que se añade el caudillismo.
Andres Manuel López Obrador |
Tal vez el tipo ideal de
populismo lo tengamos en este momento en la Venezuela de Maduro. En México,
después del Maximato, desde Cárdenas hasta Zedillo, el régimen político tuvo un
formato presidencialista que en la práctica no era más que una monarquía
sexenal, con rasgos que oscilaban entre el autoritarismo y el populismo,
dependiendo del presidente en turno. Ya con Fox y con el surgimiento de la
débil democracia en que vivimos, el poder del presidente ha mermado,
fortaleciéndose los gobernadores, los partidos políticos y algunos monopolios
empresariales.
Del populismo, al igual que de la
demagogia, siguen echando mano los tres
órdenes de gobierno, unos más que otros. Claro que ahora ya no se usa aventarle
al pueblo monedas de plata. O, no es populismo la mal llamada “cruzada contra
el hambre”, regalar pantallas de televisión, medicamentos, mochilas, útiles
escolares, etcétera, etcétera. Usted qué opina.
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