Aurelio Cuevas
(Sociólogo)
En
una plática reciente con un vecino coincidimos en que hay un hondo deterioro de
las normas de convivencia de nuestra realidad cotidiana, tanto dentro como
fuera de los inmuebles que habitamos; uno de los aspectos que tocamos fue el
paso de motocicletas a alta velocidad en todos los espacios peatonales, hecho
que pone en riesgo la integridad de las personas que transitan por los mismos. Comentamos
que los propietarios de tales vehículos, si radican en Tlatelolco, los
estacionan en los accesos y pasillos internos de los edificios obstaculizando
el paso de quienes entran o salen de estos últimos.
Así imagino a Tlatelolco. |
Sacamos
a colación otras cuestiones relacionadas con la Unidad, sobre todo la marcada
apatía de los residentes para participar en la solución de los problemas que
nos afectan. Este hecho –sin hacer a un lado la parte de
responsabilidad que tienen las autoridades públicas- se refleja en el caótico
uso de los espacios públicos, la transgresión de normas colectivas (fiestas
escandalosas a altas horas de la noche, arrojar restos de alimentos sin
envoltura por los ductos de basura, no recolección de heces de mascotas, entre
otras cosas), la débil organización vecinal y la afirmación de una mentalidad
individualista a costa del comportamiento cooperativo.
Vino
entonces a nuestra memoria–cabe decir que ambos habitamos en la Unidad desde los
años sesentas- el suceso tal vez más significativo tras los sismos de septiembre
de 1985: la emergencia de una gran solidaridad entre los habitantes de las diversas
colonias de la ciudad frente a la tragedia colectiva provocada por un sin número
de derrumbes, como el del edificio Nuevo León en Tlatelolco.
Recordamos
que durante varios días la iniciativa social suplió con notoria eficacia la
incapacidad gubernamental ante el desastre que asoló la capital, y que las
organizaciones creadas por la población damnificada forzaron al gobierno a reconocer
la justeza de una demanda: la reconstrucción prioritaria de las viviendas dañadas
por los sismos en los diversos barrios y colonias.
Coincidimos
en que el derecho a la vivienda reconstruida en la Unidad fue respetado
por el gobierno no solo porque existía el llamado “Certificado de Participación
Inmobiliaria” (que le dio validez legal) sino a la presión colectiva organizada
de los residentes damnificados. De este modoel proyecto de reconstrucción habitacional
en Tlatelolco debe ante todo verse a la luz de una vigorosa acción vecinal que duró
hasta que vio cumplida su meta.
Convergimos
en que la superación de la crisis actual de Tlatelolco debe considerar la
experiencia generada con el sacudimiento telúrico de 1985; en aquel tiempo la
conjugación de un sin número de esfuerzos individuales consiguió un logro
colectivo perdurable.
Aunque
–recalcó mi interlocutor-el momento de hoy difiere en varios aspectos al vivido hace
30 años, los dos coinciden en la necesidad de una organización vecinal desde
abajo, sin partidismos de ningún tipo, para enfrentar a fondo los problemas existentes.
El rol a cumplir por las autoridades públicas -concluimos así nuestra plática- dependería
ahora de una identidad vecinal con valores cívico-comunitarios que eleven la calidad
de vida en Tlatelolco.
¿Proyecto
realizable o mera utopía? Cada uno de nosotros tiene la respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario