Por
Adrián Arellano Mora*
Sí, la enigmática e inolvidable Saray Van Käss fue mi compañera en el
tercer año de secundaria ambos asistimos a la número 83, la que se encuentra en
Tlatelolco.
En torno a Say -como se le conoció a ella- siempre existió un halo de
misterio de su personalidad. Pues, aunque su apellido era de origen alemán, en
los hechos era todo lo contrario.
Más bien parecía latina. Recuerdo bien sus facciones de la Say; su sonrisa
iluminaba su rostro apiñonado claro, su cabello color negro ondulado y sus
expresivos ojos verdes. Era algo así, como ver a la cantante Cristina Aguilera
con su pelo en tono negro, muy simpática.
Van Käss siempre les comentaba a sus amigas del salón que quería ser una escritora
y reiteraba su interés por la historia de México. ¡Ah!, por cierto, siempre le
gusto la música disco.
En cierta ocasión, le comente y revele a Iván que Saray acababa de mudarse al edificio 10 del ISSSTE –en donde viví varios años- y que me sentía doblemente feliz porque además de ser compañera de la escuela, ahora –de la noche a la mañana- también era la nueva vecina, vaya sorpresa.
Pero a pesar de las bondades que la vida me ofrecía, existía para mí un
lamentable obstáculo. Siempre se me dificulto dirigirle la palabra a la bien y
deseada Say. Por más que buscaba la manera de acercarme a ella, ningún remedio por
muy mágico que pareciera surtió el efecto anhelado: tratar que fuera mi novia,
o acaso, mi mejor amiga.
Pero un día del mes de marzo de 1976, algo extraño sucedió:
Resulta que después de estar platica y platica con René y Carlos se hizo
noche y entonces nos despedimos y me dirigí a la casa. Llegando al edificio
aborde el elevador y justo cuando arribe a la terraza… ¡ZAZZZ! Que se va la
luz.
En la penumbra me encamine al departamento y con tan solo contando con el
brillo de la luna, me dispuse a reposar en la recámara. Cuando me acuesto y volteo
hacia mi izquierda lo que vi no lo podía
creer.
A mi lado estaba ella… ¡¡¡ sí, la mismísima niña enigmática!!! que impacto
me llevé.
Entre la emoción e incredulidad la observé y traté -lo más que pude- de no
espantarla y me dispuse salir ahí lo antes posible, cosa que lo conseguí.
Al día siguiente me encontré a Saray en el ascensor y mirándome, de una
manera especial, me dijo:
- Oye Andresito, el otro día te soñé y recuerdo que me pedías sí te ayudaba
para el examen de historia universal, que te parece si mañana saliendo de
clases pasamos a mi casa, ¿qué me dices?
- ¡Sí, claro! le respondí de inmediato.
Y en verdad, les
confieso que en aquellos instantes –en lo más profundo de mí ser- pensé: la carismática
Van Käss es una chica de diez.
*
Publirelacionista.
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